viernes, 7 de junio de 2013

Disculpen que me ponga lacrimógeno



Pero es que será por lágrimas... Resulta especialmente difícil reprimirlas cuando hay tantas entre las que elegir.
Hay lágrimas de amargura, duquitas negras que dicen los gitanos. Lágrimas de cocodrilo, que son las fingidas. Lágrimas de dolor y rabia, que son las que se contienen a duras penas, apretando los ojos.
Hay lágrimas del sol, que es el título de una de esas pelis americanas de guerra y también las que te brotan cuando te atreves a mirar al astro rey.

Hay lágrimas alegres, que son las que se nos escapan cuando la carcajada nos dobla. Hay lágrimas reactivas, que son las que provocan las alergias. Hay lágrimas de cera, que son las que resbalan por los cirios, y lágrimas de cristal, que son las que cuelgan de las antiguas lámparas de araña.
Hay lágrimas que sirven de terapia y lágrimas que sirven de tormento. Hay lágrimas para el recuerdo y lágrimas que es mejor olvidar.
Y hay veces que, para el alivio o el consuelo, no basta un mar de lágrimas.



A veces, también, las lágrimas dan ideas para un original negocio: convertirlas en sal, como a la mujer de Lot. Y venderla después. Entre otros, a ti. Para sazonar tus comidas, ¿para qué si no? Esta ha sido la salada ocurrencia de una empresa americana, Hoxton Street Monster Supplies, que ofrece toda una gama de sales a partir de distintos tipos de lágrima.

El proceso es el siguiente: las lágrimas, una vez recolectadas, son cocidas suavemente y depositadas en cubetas para que cristalicen; los granos después se recogen a mano y finalmente se enjuagan en salmuera. El resultado de haber combinado un oficio de siglos con lágrimas humanas frescas es la colección Salt made from tears.
Lista para usar en tu cocina y en tu mesa.



Entre las variedades que venden, Sal hecha con lágrimas de ira, Sal de lágrimas derramadas al cortar cebollas, Sal de lágrimas escapadas al estornudar (algo grimosa, la verdad), Sal de lágrimas de risa o Sal de lágrimas de pena.
No se desperdicia ninguna, porque todas pueden aportar a tus comidas ese particular toque de sabor.

Así que ya sabes, la próxima vez que te dé la llorera, no dejes escapar ni una. Procura tener un frasco cerca. Cada una de tus lágrimas es preciosa, y no lo digo en plan sentimental sino puramente crematístico. Piensa en el dinero que puedes obtener de ellas. No te voy a decir que son el nuevo oro blanco porque sería exagerar, pero desde luego sí son más valiosas, cada una de ellas, que un puñado de acciones de Bankia.



Es cuestión tan solo de que demuestres de una vez que eres emprendedor y te decidas a aprovechar ese caudal que mana de tus ojos. Que le saques partido. Porque en tus ojos hay un filón. Una mina. Mejor dicho, una salina.
Y puestos a especular con tus fluidos, siempre resulta menos embarazoso que ir a vender tu semen o beberte por las mañanas tu propia orina.